Cuando las hermanas me pidieron que escribiera mi experiencia y echo la vista atrás en estos meses, uno se da cuenta del gran cambio que puede suponer una semana en la vida de una persona. Nunca hubiese podido imaginar que acabaría rezando y asistiendo a Misa cada día. Como la mayoría de mi generación, no encontraba el sentido de asistir a la Eucaristía, ni de repetir siempre las mismas fórmulas. De niño estudié en un colegio religioso pero, por aquel entonces, pensaba que no podía ser cierto aquello que los frailes predicaban pero no hacían. La televisión me dio la educación más fuerte que he recibido, la del más profundo egoísmo. Ya en la juventud, las religiones se me antojaban la forma perfecta para hacer confluir la voluntad de Dios con la de los poderosos. Ahora pienso que muchas personas nos hemos alejado de Dios por simple desconocimiento. Aunque luego mi vida discurrió por caminos poco habituales, en esencia, se ha parecido mucho a otras. Hice lo que se esperaba de mí. Estudié una carrera, encontré un trabajo fijo y compré una casa. Fui el primero de mis amigos, eso sí, a los 25 años ya tenía todo esto y una mujer estupenda. Lo que no me esperaba, era la sensación de vacío cuando salía en mi coche nuevo de mi casa con piscina cada día. Intenté llenar ese vacío cambiando de trabajo, hecho que mantuvo mi cabeza ocupada bastante tiempo. Sin embargo, la confusión es tremenda cuando no sabes lo que falta en tu vida teniéndolo todo. Hasta que un verano, el deseo de caminar en soledad por la naturaleza me empujó a hacer el Camino de Santiago. Sin demasiadas expectativas y totalmente alejado de Dios, descubrí por primera vez, cómo era yo de forma natural. No sé si es el contacto con la naturaleza o el mismo hecho de caminar tantos kilómetros, pero creo que es algo que le pasa a todos los peregrinos. Allí somos nosotros mismos. Sentía la presencia de Dios y comencé a ir a las misas del peregrino. Aprendí y sentí muchas cosas. Aun así, cuando volví a la vida real, todo continuó igual que antes. No sabía cómo mantener ese estado del camino. El verano siguiente regresé al camino, recuperé de nuevo mi estado natural, disfrutando un montón de las experiencias. Sin embargo, cuando regresaba a casa notaba la ausencia de algo. No lo llamaría infelicidad, pero no era mi yo natural. Así hice el camino varios años más. En todos estos caminos he ido aprendiendo algo diferente y me he encontrado con un montón de pequeños grandes gigantes que me han ido acercando a Dios, peregrinos, hospitaleros, sacerdotes, lugareños... Pero en todos los caminos me ocurría lo mismo, era yo mientras caminaba pero después no sabía mantener ese estado al regresar a casa. Hará sólo unos cuatro meses, llegué como peregrino al albergue que tienen las hermanas en Carrión de los Condes. Tres años antes ya había pasado por allí, me había recibido una monja que irradiaba una luz y una paz que me impresionó. Este año no la encontré allí pero las cuatro hermanas que allí estaban también resplandecían. Así que, cuando, tras el encuentro, ofrecieron la posibilidad de quedarse como hospitalero, no tuve ninguna duda. Quería conocer el secreto de esas monjas que parecían tan felices. Visto desde la distancia del tiempo, parece que todo estaba orquestado para mi conversión. Nada más comenzar, la hospitalera a la cual yo relevaba, contaba su historia de conversión a otro peregrino. Más tarde, conocí a mi compañero hospitalero, un sacerdote. Y me alegré un montón. Junto con dos hospitaleros más, formamos un comando de búsqueda formidable. Comenzamos a compartir su vida diaria. La oración matinal, el trabajo, la comida, las historias de los peregrinos. Y yo que tenía tanta formación y conocimientos, en aquel lugar me sentía un analfabeto. Mis compañeros hospitaleros, mucho más jóvenes que yo pero cristianos maduros, me hacían sentir el niño de aquella casa. Desde el principio comencé a vislumbrar un Dios que desconocía, las etiquetas que le había puesto se caían y empecé a encontrarle sentido a los textos sagrados y a la oración, intuyendo una gran sabiduría en sus enseñanzas. En realidad, las hermanas no me hablaron de Jesucristo, sino que sus actos fueron su catequesis. El amor a los demás estaba en cada uno de sus movimientos, su paciencia, sin darse importancia, agradeciendo a Dios su propio esfuerzo. Tampoco era la primera vez que veía esa capacidad de servicio, quizás lo que más me cambió fue darme cuenta que la práctica de todo aquello las conducía hacia esa paz y plenitud que me había llamado tanto la atención y que tanto anhelaba. Inconscientemente, creo que decidí dejarme llevar. Practicar con ellas todas esas virtudes cristianas, que ya conocía, fue lo que me hizo sentir esa plenitud, que es difícil de explicar. Es el tesoro que Jesucristo dice en el Evangelio, que si lo encontrárais, venderíais todo lo que tenéis para comprarlo. Lo mejor es que es gratis, ¿no es grande el Señor? He de confesar que mi trabajo favorito era dar un vaso de té frío a los peregrinos cuando llegaban. Creo que es un acto de amor desinteresado, gratuito, porque sí. Un pequeño gran gesto que a nadie deja indiferente. Disfrutaba sintiendo que eran mis hermanos y hermanas aunque no hablaran mi idioma. Y me gusta pensar que en esos pequeños instantes ellos también se sentían acogidos por un hermano. Después, mis compañeros hospitaleros y las hermanas los recibían con paciencia, sobre todo con los alejados, no eran pesadas, no trataban de convencerlos, simplemente los atendían igual que a los demás. En el encuentro de la tarde, con su música conmovían sus corazones endurecidos. Se abrían y compartían sus historias de una forma muy natural. Casi un milagro hoy en día. También me impactó ver cómo en la noche y por la mañana, oraban de corazón por los peregrinos que habían conocido. Fue una semana increíble, emocionalmente y físicamente extenuante, pero no dejé de sentir esa gracia en ningún momento. Te va transformando, enseñando y te da una fuerza que te hace sentir invencible. El Señor me sorprende siempre. Mis caminos de conversión están siendo muy creativos, muy diferentes al resto, solo para mí. Cuando miro atrás nunca hubiese pensado que hubiese atravesado por esos parajes pero también me doy cuenta que no hubiese podido ser de otra manera. No se trata de una iluminación mágica sino de un trabajo de lectura, reflexión, comprensión y sobre todo práctica. Mantenerse como peregrino hacia Dios requiere un esfuerzo, como el andar, pero en este caso sin moverse. Pinta un largo camino, aunque cuando te pones en marcha ya comienzas a disfrutar del viaje. Los comentarios están cerrados.
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