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“HEMOS CONTEMPLADO SU GLORIA”Jn 1, 14CARTA DE COMUNIÓN | PASCUA JUBILAR 2025 Entramos en la Semana de la Gloria, en la Hora en la que el Hijo del Hombre será entregado (cfr. Jn 12, 12; 13, 1; 18, 19), en ese gozne de la Historia que separa la muerte de la Vida y las tinieblas de la claridad, y transforma la dispersión, distancia y lejanía, en encuentro, reconocimiento, comunión. La Pascua de este Año Jubilar de la Iglesia y de la Comunidad recoge los 25 años de andadura comunitaria en Cristo y en la Iglesia. Este tiempo ha estado alentado por la esperanza pascual. Todo lo vivido ha sido un Camino Pascual en el que hemos podido contemplar su Gloria, ser testigos de ella, de su Presencia entre nosotros como Pan cotidiano, como Siervo “herido de Dios y humillado” (Is 53, 4) y como manifestación de la Gloria de Dios, Vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Querer ver a Dios en este mundo, en un cara a cara, tal vez sea la íntima razón de la esperanza del ser humano(1). No poder verle, no poder oírle, no poder tocarle nos deja solos en este mundo que se torna oscuro e inhóspito y, sobre todo, sinsentido. “Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto” (Jn 11, 21). Este grito constante del hombre por ver su Rostro, es el anhelo más íntimo del hombre (hecho para creer, esperar y amar); verle presente, más allá de escuchar su Voz o ver los signos misteriosos de su misericordia, sería la esperanza cierta. Por eso, el gran mensaje evangélico es que los ciegos ven… y poder contar lo que se ha visto (cfr. Lc 7, 22; 1Jn 1-3). La Humanidad ha estado a la espera de esa manifestación urgente, con gritos, con lágrimas, con súplicas, con búsquedas desesperadas y esperanzadas, porque ha intuido que verle en esta Tierra daría sentido a la vida, al amor, al sufrimiento, a la muerte. Seguir leyendo
¿Querer ver tu Gloria no significa querer ver que triunfa la verdad sobre el engaño, el amor frente al odio, la paz frente a la guerra, la fraternidad frente al fratricidio…? ¿No significa que queremos que actúe y que ese Reino de Justicia, de Amor y de Paz se instaure definitivamente en esta Tierra, en este ahora siempre temporal, limitado, finito, tembloroso e inseguro en el que vivimos? Dios se ha dejado ver y lo que podemos ver de Él no es sino su Gloria (hod, הוד y kabod , כבד K-B-D; doxa, δόξα), la misma persona de Dios manifestándose, haciéndose presente, comunicándonos su más profunda identidad, su gravedad resplandeciente, su plenitud, su Gracia vertida ante el hombre, a la vista del hombre. Y hemos querido recoger su Gloria en un odre, en un Arca (cfr. Jer 14, 21), en una Tienda en el desierto (cfr. Éx 40, 34-38), en un Templo (cfr. 2Cró 7, 1-3) … porque eso nos aseguraba su Presencia consoladora, protectora, cercana, liberadora, su Compañía en el aquí y ahora humanos. Hemos escuchado su voz, hemos visto sus espaldas, hemos sentido sus manos guiadoras, hemos conocido sus entrañas de madre (cfr. Éx 3, 14; 33, 18; Dt 1, 31; Is 49, 14-15), pero el hombre ha pedido siempre una revelación mayor, impensable, total. SU GLORIA EN LO CREADO “El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 18, 2-5). Su Gloria lo llena todo y lo invade de Luz, y esa luminosidad es también lenguaje, palabra que habla de Quien lo ha creado, sostiene y salva. El hombre, ante el espectáculo de lo existente, reconoce la cara oculta y alaba al Creador: “Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia. / Sólo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia” (Sal 135, 3-9). Y, junto a esta exultación sálmica, ¿no constatamos los gemidos de parto (cfr. Rm 8, 22-23) de una Creación que, en su dinamismo evolutivo, es violenta y desgarradora, ocasionando tragedias humanas? Nuestra Comunidad ha reconocido en la Zarza Ardiente de lo Creado, de la realidad, un ugar epifánico, el ambón litúrgico desde el cual Él nos habla y deja a su cuidado. Por todo ello, nos hemos sentido llamadas a la vocación del Cuidado de lo Creado, a la responsabilidad por esta Tierra en la que habitamos y habitan tantos millones de seres vivos, para que siga siendo un Oikós sobre todo para los más desfavorecidos a causa del del cambio climático, de la guerra destructora, de los intereses económicos y políticos. SU GLORIA EN EL HOMBRE “La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios”(2). El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no sólo es transparencia de Dios en sí mismo y para sí mismo, sino que, además, es la transparencia de Dios en este mundo, como imagen suya. Todo él está traspasado por su Gloria inmarcesible y así es mensajero, cantor, instrumento musical de Dios en el mundo(3), entona un himno a Dios a través del instrumento polífono y canta con el instrumento que es el hombre: ‘Pues tú eres para mí una cítara, una flauta y un templo”. Este humilde cuenco de barro que es el hombre está hecho para acoger a Dios y el icono es la Encarnación y María como Vaso santo, Morada de Dios. El hombre es capax Dei(4), es receptor de Dios, recipiente y esta recipiencia es lo que le hará reconocerlo y confesarlo(5), alabándolo y adorándolo, sirviéndole hasta dar la vida. Junto a este Don inexorable, el hombre se distancia de Dios y de un designio de Vida, que le da la mejor humanidad, y entonces se transforma en verdugo de sí mismo y del otro, se adueña y domina todo lo que no le pertenece. La misma vulnerabilidad, presente en lo creado, le roza a él, arrastrando consigo el destino de todo lo Creado, que le ha sido confiado. Por ello la aproximación a toda fragilidad, vulnerabilidad y flaqueza humana es la primacía del amor y la compasión, porque el pecado contra la persona o su cuidado decidirá el destino futuro de cada uno de nosotros. Dios ha dejado en el ser humano una huella que resiste toda fealdad y distancia, y esa huella nos grita respeto y amor, porque todos podemos decir “llevo los estigmas de mis iniquidades, pero soy a imagen de tu gloria indecible(6)”. EN CRISTO HEMOS CONTEMPLADO LA GLORIA DE DIOS El Hijo, que estaba vuelto hacia el Padre, se nos manifestó (cfr. 1Jn 1, 2), y en Él hemos visto al fin el Rostro de Dios. Así hemos conocido a Dios, al Padre y al Espíritu. Él nos ha revelado su misericordia, su amor total y sin retorno, nos ha visitado y redimido, es Hijo, Hermano, Siervo, Kyrios, porque ha bajado hasta nuestros infiernos y nos ha alzado con Él. La Gloria de Dios manifestada en Cristo Jesús (cfr. Jn 1, 14) ha atravesado la opacidad de este mundo, ha asumido lo más agónico de la existencia, ha traído a la Historia una novedad inédita y lo ha llevado a cabo revelando su invisibilidad en la visibilidad humilde, asumiendo nuestra vulnerabilidad y convirtiéndola en camino de encuentro con Él, abrazando la temporalidad, la corporeidad y, por tanto, la finitud, el dolor y la muerte. Su Gloria se ha manifestado con un esplendor inesperado: atravesando toda incompletud, toda vulnerabilidad y bajura y dejándose atravesar Él mismo por la herida, la brecha, la hendidura humana. Así se nos presentará como Herido de Dios y Gloria de Dios mismo, Hombre y Dios, Vulnerable y Glorioso. La Gloria del Jueves será la del Siervo, ciñéndose un paño, sirviendo, sentándose a la Mesa de los pecadores y partiendo el Pan, repartiendo el Cuerpo, las vestiduras, escanciando la Copa, ofreciendo la Vida. La Gloria de la Cruz no es otra que la de un Dios que se autolimita por amor, que se “vierte” hacia la Humanidad por amor; en Él hemos visto la Gloria del Dios Trinitario, Dios Comunión, relación de Personas que viven en el Amor y en la autodonación mutua, hasta la kénosis total. La Gloria de Dios es su Amor. Reconocerse amados a pesar y por nuestra fragilidad, vulnerabilidad y quebranto infinito nos levanta del polvo y hace brotar de lo hondo un trémulo pero decidido canto de alabanza y de gratitud. Dios es Amor, y la Resurrección del Hijo es la victoria del Amor sobre la muerte, el pecado y el mal, y el triunfo definitivo de la Vida. Por eso, ante Él “toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10-11). Ante Él “andamos en una Vida nueva” (Rom 6, 4) siendo una criatura nueva y cantando el Cántico Nuevo (cfr. 2Cor 5, 17): ¡Aleluya! En el cara a cara definitivo “le veremos tal cual es” (1Cor 13, 12) y “seremos semejantes a Él” (1Jn 3, 2) y allí cantaremos el Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu que hoy entonamos en esperanza porque “lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de la Vida…” (1Jn 1, 1) es la primicia de lo que nos espera en el Cielo. En estos 25 años damos gracias al Señor que “nos ha visitado y redimido” (Lc 1, 68), su Amor nos ha sostenido y curado nuestras heridas y permanece con nosotros (Mt 28, 20). ¡Feliz Pascua Jubilar de la Iglesia y de nuestras comunidades! M. Prado Presidenta Federal Federación de la Conversión de San Agustín Sotillo de la Adrada, Ávila España (1) “La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza.” José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, trad. B. Losada, Buenos Aires, Suma de Letras, 2003. Sigla: EC., p. 282. (2) San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7. (3) Clemente de Alejandría, Protréptico, cap. I. Madrid: Gredos, 1994, pp. 37-55. “El Logos de Dios… (4) S. Agustín, De Trinit. XIV, 8: PL 42, 1044. (5) Cfr. S. Agustín, Com. Evang. De Juan, 121, 28-29. Tocar al hombre y confesar a Dios. (6) Tropario fúnebre en Paul Evdokimov, El amor loco de Dios; Narcea, Madrid, 1990. ALEMÁN
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