JUBILATE "Cantadle cantico nuevo; Hacedlo bien, tañendo con júbilo" Salmos 33,3
A las hermanas de la Federación de la Conversión de san Agustín.
JUBILATE. “Alégrate, María, llena de gracia”
¿Dónde está el germen de esta palabra? El cuerno de carnero (Jobel) que anunciaba una experiencia cultual y litúrgica del pueblo de Israel, convocando a todos hacia Jerusalén para celebrar el Año Jubilar, la solemnidad del Yom Kipur (cfr. Lev 25). Esta palabra que indicaba el anuncio de una gran solemnidad fue traducida por los autores de la Septuaginta y del Nuevo Testamento por áphesis (remisión, liberación, perdón) pasando de evocar un acto litúrgico y cultual a expresar una realidad existencial, ética y moral, “paradigma de la vida cristiana”:
25 años son necesarios para llegar al ser verdadero, al niño-anciano al que hay llegar para entrar en el Reino. “Si no os hacéis como niños” (Mt 18, 3). Es el tiempo del nuevo Nacimiento, a través del Agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 5) Es el tiempo de recomenzar. Y recomenzar con María, la llena de Gracia.
GUARDAR EN EL CORAZÓN. “María guardaba estas cosas en el corazón”
Por ello, iniciamos este Año Jubilar haciendo memoria de lo vivido en una Anámnesis Litúrgica que nos recuerde que Dios nos ha visitado y redimido, y esta certeza atraviesa nuestra vida, la limpia e ilumina y la hace ofrenda. No cedamos al olvido, busquemos en la memoria espiritual su Rostro, presente siempre. Somos como niños que tantean en la noche buscando el interruptor de la luz en el largo pasillo de casa, de la vida.
Como María, que guardaba todo en el corazón (cfr. Lc 2, 19), entremos allí donde mora el recuerdo y dejemos que se engendre el Camino, la Verdad, la Vida, a base, como Ella, de mucha confianza y determinación. La memoria nos lleva a reconocerle en la vida, vemos la huella de Su mirada, de Sus pasos, de Su presencia. ¿Dónde estabas Tú, cuando…? Ahí, contigo, viviendo lo mismo, sosteniéndote, luchando contigo hasta despuntar el alba.
La memoria crea identidad y, el diálogo con Dios, con los otros y con el mundo, ratifica esa identidad. Ayudémonos, las unas a las otras, a volver a las Fuentes y beber del Agua Viva.
No podemos cambiar la memoria sin cambiarnos a nosotros mismos y eso solo es posible en Cristo. “El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2Cor 5, 17). Quisiéramos blanquear, purificar, la memoria (cfr. Is 1, 18). Trabajar sobre la memoria es un retorno constante a las fuentes de la vida, a la realidad, al yo y al nosotros más profundo. Y dejarse convertir a cada instante por el único capaz de reconciliarnos con el Padre (cfr. Rm 8, 38-39).
DAR GRACIAS, la belleza de la gratitud. “Proclama mi alama la grandeza del Señor
”Dar gracias es hacer Eucaristía, devolver lo recibido, sin apropiarse, sino dejándolo ser, incluso perder. Hoy quiero recoger todo lo vivido, también las hojas secas, “en mi cuenco de mendigo” (Teneda Santoka) y ofrecerlo, dejarlo en el Altar. Sin el Pan y el Vino, ¿habría Sacramento? ¿Sin la Carne y la Sangre del Hijo del Hombre, ¿habría Eucaristía? Sin su Voz, Su Palabra, sus Manos sanadoras, su Promesa, su Cruz, Muerte y Resurrección, ¿habría Acción de Gracias? Quiero dejarlo todo allí para que sea eucaristizado, consumido por el Fuego de su Amor, purificado por ser asumido y, salvado, por ser redimido por Él.
Y sólo deseo hacer la ofrenda de la vida con vosotras y, juntas, gritar a una sola voz de júbilo, de alegría, de confianza y de comunión en Él. Nos cubrirá un “manto de alegría” (Is 61, 3), seremos revestidas de una gratitud visible, que cubrirá toda nuestra existencia.
ALEGRAOS CONMIGO.
MagnificatHe sentido siempre un pudor a aceptar mi llamada, ser la primera, temer a que alguien pudiera pensar que era obra mía, pero esa llamada vino como viene la fe, sola, no me avisó. Vino a mi vida como una madre. No se escoge. Fue un regalo de amor gratuito de Dios, de Belleza, la cual no es otra cosa que lo infinito contenido o retenido por un instante en lo finito, que soy yo y mi pobre y pequeña vida. Él podía haber elegido a personas mucho mejores que yo en todos los planos de la existencia. Es un misterio. Yo, al recibirla, experimenté un brinco, “un salto de alegría” (Skirtao). Era una Visitación del Señor y me salía: ¿quién soy yo para que Él venga a mí? Sentí la sorpresa de María y el estupor de Isabel (cfr. Lc 41-45). Una alegría inmensa y una confianza casi infantil. Pero me dejé llevar, Él me agarró fuerte de la mano y le seguí confiada.
Pero, recibir la llamada es una cosa y, otra, es responderla, encarnarla, dejar que te desgarre y te arranque de tu tierra conocida y amada. Sobre todo que, para responderla, has de inclinarte, no ser, esconderte y, a la vez, defender el tesoro recibido. Esto es lo más costoso, no se sabe bien cómo hacer, tiembla todo, caes, te levantas, vuelves a empezar, tienes un tesoro en manos temblorosas y torpes; el don te hace muy frágil, un ser solitario frente al Dador, solos, frente a frente. Yo experimenté las dos cosas a la vez: el regalo y el desgarro, la gracia y la pobreza máxima. Hoy, de entre todas las alegrías que he recibido, quiero destacar la más grande: mis hermanas. Comenzando por las primeras, Carmen R., Carmen T., María del Prado, Bárbara, Amaya y Carolina, que salieron conmigo del mismo lugar donde habíamos nacido a la vida religiosa, y siguiendo con las que vinieron inmediatamente después, Marian, Marlene, Marita, Yohnely, Laura… y todas las que estáis en estos momentos en nuestras Comunidades. Gracias, Señor, por mis hermanas.
Unidas, “regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha embellecido” (Ap 19,7). ¿Acaso estas palabras no han sido verdaderas?
¿Acaso no se han cumplido?
El Papa Francisco ha anunciado que el 1 de enero de 2025, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, se abrirá la Puerta Santa de la basílica de Santa María la Mayor y “por esta razón el pueblo fiel viene a pedirle su bendición a la Santa Madre de Dios, porque ella es la mediadora de la gracia que brota siempre y sólo de Jesucristo, por obra del Espíritu Santo” (5 de agosto de 2024, en la Basílica de Santa María la Mayor).
Pedimos a María, Madre de Dios, que nos acompañe durante este Año Jubilar de nuestra Comunidad.
M. Prado. Presidenta Federal, Federación de la Conversión de S. Agustín
¿Dónde está el germen de esta palabra? El cuerno de carnero (Jobel) que anunciaba una experiencia cultual y litúrgica del pueblo de Israel, convocando a todos hacia Jerusalén para celebrar el Año Jubilar, la solemnidad del Yom Kipur (cfr. Lev 25). Esta palabra que indicaba el anuncio de una gran solemnidad fue traducida por los autores de la Septuaginta y del Nuevo Testamento por áphesis (remisión, liberación, perdón) pasando de evocar un acto litúrgico y cultual a expresar una realidad existencial, ética y moral, “paradigma de la vida cristiana”:
- Dejar descansar a la tierra para recordar otra primacía, la trascendente, que todo nos ha sido dado y, no solo debemos agradecerlo y devolverlo en algún momento, sino también poner límite a la posesión, a la voracidad humana de poseer (cfr. Gn 2, 15).
- Iniciar un nuevo período marcado por el perdón y la fraternidad, por la condonación de toda deuda con el hermano, como indicaba la vivencia de la primera comunidad de cristianos (cfr. Hch 4, 32) Tenían todos un solo corazón y una sola alma… todo lo tenían en común… no había entre ellos necesitados…
- El año jubilar recordaba al Pueblo de Israel que había vivido en esclavitud (cfr. Lev 25, 6-7) pero el Señor le había liberado y redimido. La liberación incluye todo sufrimiento, todo mal que ata al cuerpo y al espíritu (cfr. Lc 4,18-19). Cristo es nuestro Liberador, Defensor, Médico y Redentor.
25 años son necesarios para llegar al ser verdadero, al niño-anciano al que hay llegar para entrar en el Reino. “Si no os hacéis como niños” (Mt 18, 3). Es el tiempo del nuevo Nacimiento, a través del Agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 5) Es el tiempo de recomenzar. Y recomenzar con María, la llena de Gracia.
GUARDAR EN EL CORAZÓN. “María guardaba estas cosas en el corazón”
Por ello, iniciamos este Año Jubilar haciendo memoria de lo vivido en una Anámnesis Litúrgica que nos recuerde que Dios nos ha visitado y redimido, y esta certeza atraviesa nuestra vida, la limpia e ilumina y la hace ofrenda. No cedamos al olvido, busquemos en la memoria espiritual su Rostro, presente siempre. Somos como niños que tantean en la noche buscando el interruptor de la luz en el largo pasillo de casa, de la vida.
Como María, que guardaba todo en el corazón (cfr. Lc 2, 19), entremos allí donde mora el recuerdo y dejemos que se engendre el Camino, la Verdad, la Vida, a base, como Ella, de mucha confianza y determinación. La memoria nos lleva a reconocerle en la vida, vemos la huella de Su mirada, de Sus pasos, de Su presencia. ¿Dónde estabas Tú, cuando…? Ahí, contigo, viviendo lo mismo, sosteniéndote, luchando contigo hasta despuntar el alba.
La memoria crea identidad y, el diálogo con Dios, con los otros y con el mundo, ratifica esa identidad. Ayudémonos, las unas a las otras, a volver a las Fuentes y beber del Agua Viva.
No podemos cambiar la memoria sin cambiarnos a nosotros mismos y eso solo es posible en Cristo. “El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2Cor 5, 17). Quisiéramos blanquear, purificar, la memoria (cfr. Is 1, 18). Trabajar sobre la memoria es un retorno constante a las fuentes de la vida, a la realidad, al yo y al nosotros más profundo. Y dejarse convertir a cada instante por el único capaz de reconciliarnos con el Padre (cfr. Rm 8, 38-39).
DAR GRACIAS, la belleza de la gratitud. “Proclama mi alama la grandeza del Señor
”Dar gracias es hacer Eucaristía, devolver lo recibido, sin apropiarse, sino dejándolo ser, incluso perder. Hoy quiero recoger todo lo vivido, también las hojas secas, “en mi cuenco de mendigo” (Teneda Santoka) y ofrecerlo, dejarlo en el Altar. Sin el Pan y el Vino, ¿habría Sacramento? ¿Sin la Carne y la Sangre del Hijo del Hombre, ¿habría Eucaristía? Sin su Voz, Su Palabra, sus Manos sanadoras, su Promesa, su Cruz, Muerte y Resurrección, ¿habría Acción de Gracias? Quiero dejarlo todo allí para que sea eucaristizado, consumido por el Fuego de su Amor, purificado por ser asumido y, salvado, por ser redimido por Él.
Y sólo deseo hacer la ofrenda de la vida con vosotras y, juntas, gritar a una sola voz de júbilo, de alegría, de confianza y de comunión en Él. Nos cubrirá un “manto de alegría” (Is 61, 3), seremos revestidas de una gratitud visible, que cubrirá toda nuestra existencia.
ALEGRAOS CONMIGO.
MagnificatHe sentido siempre un pudor a aceptar mi llamada, ser la primera, temer a que alguien pudiera pensar que era obra mía, pero esa llamada vino como viene la fe, sola, no me avisó. Vino a mi vida como una madre. No se escoge. Fue un regalo de amor gratuito de Dios, de Belleza, la cual no es otra cosa que lo infinito contenido o retenido por un instante en lo finito, que soy yo y mi pobre y pequeña vida. Él podía haber elegido a personas mucho mejores que yo en todos los planos de la existencia. Es un misterio. Yo, al recibirla, experimenté un brinco, “un salto de alegría” (Skirtao). Era una Visitación del Señor y me salía: ¿quién soy yo para que Él venga a mí? Sentí la sorpresa de María y el estupor de Isabel (cfr. Lc 41-45). Una alegría inmensa y una confianza casi infantil. Pero me dejé llevar, Él me agarró fuerte de la mano y le seguí confiada.
Pero, recibir la llamada es una cosa y, otra, es responderla, encarnarla, dejar que te desgarre y te arranque de tu tierra conocida y amada. Sobre todo que, para responderla, has de inclinarte, no ser, esconderte y, a la vez, defender el tesoro recibido. Esto es lo más costoso, no se sabe bien cómo hacer, tiembla todo, caes, te levantas, vuelves a empezar, tienes un tesoro en manos temblorosas y torpes; el don te hace muy frágil, un ser solitario frente al Dador, solos, frente a frente. Yo experimenté las dos cosas a la vez: el regalo y el desgarro, la gracia y la pobreza máxima. Hoy, de entre todas las alegrías que he recibido, quiero destacar la más grande: mis hermanas. Comenzando por las primeras, Carmen R., Carmen T., María del Prado, Bárbara, Amaya y Carolina, que salieron conmigo del mismo lugar donde habíamos nacido a la vida religiosa, y siguiendo con las que vinieron inmediatamente después, Marian, Marlene, Marita, Yohnely, Laura… y todas las que estáis en estos momentos en nuestras Comunidades. Gracias, Señor, por mis hermanas.
Unidas, “regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha embellecido” (Ap 19,7). ¿Acaso estas palabras no han sido verdaderas?
¿Acaso no se han cumplido?
El Papa Francisco ha anunciado que el 1 de enero de 2025, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, se abrirá la Puerta Santa de la basílica de Santa María la Mayor y “por esta razón el pueblo fiel viene a pedirle su bendición a la Santa Madre de Dios, porque ella es la mediadora de la gracia que brota siempre y sólo de Jesucristo, por obra del Espíritu Santo” (5 de agosto de 2024, en la Basílica de Santa María la Mayor).
Pedimos a María, Madre de Dios, que nos acompañe durante este Año Jubilar de nuestra Comunidad.
M. Prado. Presidenta Federal, Federación de la Conversión de S. Agustín