" A ver si da fruto" Los discípulos acuden a Jesús contándole dos acontecimientos trágicos. De este modo se abre el Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma. El primer episodio del que informan al Maestro trata de la agresión romana brutal a los galileos que ofrecían sacrificios en el templo. En el segundo le cuentan el derrumbe de la torre de Siloé que ocasiona la muerte a 18 víctimas. Hoy no nos resultan lejanas ni extrañas noticias así porque de un modo u otro son experiencias que lamentamos cada día. Hechos que nos sobrecogen y encogen el corazón provocándonos interrogantes acerca de la permisión de Dios en las tragedias humanas. La historia está llena de horrores y calamidades que ocurrieron, ocurren y seguirán ocurriendo. Es inútil indagar en el misterio del dolor porque ante el sufrimiento de la humanidad sólo podemos acogernos a la fe y a la esperanza en Él. Un día se nos revelará el amor infinito de Dios por cada ser humano. Se nos aclarará cómo se compatibilizan en el amor divino la justicia y la misericordia. Doy por hecho que a ninguna de nosotras se nos ocurre pensar que en esta tierra hay “castigos divinos” como respuesta desafiante a la maldad del corazón. Dios no responde con nuestra misma lógica de venganza y crueldad. ¿Por qué este pasaje evangélico en el tiempo cuaresmal? Tal vez sea un modo de plasmar la intensidad con la que se nos impele a la renovación personal. La Cuaresma es un tiempo fuerte. La llamada incisiva de Jesús a sus discípulos es la misma que nos hace hoy a todos los cristianos sin excepción. Convertíos porque no sois mejores que los que han perecido. Jesús nos coloca en el puesto que nos corresponde: el de criaturas frágiles y pecadoras que necesitan conversión. El tiempo apremia, la Patria definitiva nos espera. Se nos invita a levantar la mirada, dar un nuevo rumbo a nuestra existencia tan atada a menudo a los pilares de este mundo aun cuando constatamos que todo cae, que hay mucha veleidad o que la vida es muy fugaz. El evangelio nos zarandea y sacude la memoria con la exigencia de quien busca nuestro bien, de quien ofrece la verdadera felicidad, de quien nos recuerda que la vida se nos ha dado como don para agradecer por la multitud de beneficios que nos reporta, y también ¿por qué no? para dar solidez y aguante a nuestra paciencia cuando el sufrimiento o el drama nos pesen mucho más que el gozo. En comunión escuchemos con sinceridad esta Voz que nos reclama con insistencia la conversión. “Convertíos” porque si no vosotros pereceréis de igual modo”. Me evocan estas palabras otras alusiones semejantes. “Convertíos” porque no sabéis ni el día ni la hora, “convertíos” porque el dueño de la casa, que os ha puesto al frente de su servidumbre, puede regresar cuando menos lo esperéis, “convertíos” porque el Esposo tal vez llegue a media noche… Esta recomendación no es una amenaza ni describe a un Dios que busca sorprendernos, “pillarnos”, como decimos coloquialmente, en el momento menos agraciado para así machacarnos. Es una llamada a la vigilancia, a reconducir nuestro modo de pensar, de vivir según el Evangelio, de mejorar o corregir nuestro modo de rezar, actuar, trabajar por el Reino, de poner nuestra vida al servicio de Dios y de los hermanos. Nos recuerda que estamos aquí de paso. La conclusión del pasaje nos pone en la perspectiva de la misericordia divina. ¿Quién no se reconoce alguna vez higuera estéril? Ante la infertilidad para dar frutos en nuestra vida se nos podría talar y echar al fuego sin contemplaciones. Y, sin embargo, tenemos a Uno que “aboga por nosotros ante el Padre”. Sale al camino con confianza renovada esperando nuestra vuelta, suplica paciencia por nuestra morosidad y demora, continúa esparciendo la semilla de su gracia para que en algún momento caiga en tierra buena. Ante tanta bondad supliquemos con frecuencia las palabras que rezamos cada día en el Invitatorio: “Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor, no endurezcamos nuestro corazón”. Vivamos con la consciencia despierta y convencida de que nunca nuestros pecados ganarán a la multitud de oportunidades que Él nos ofrece instante tras instante para recomenzar. Y a la vez, con honestidad, custodiemos la misma consciencia y seriedad para vivir desde la apertura real, verdadera y concreta a la gracia que nos ofrece cada día, igual que nos da el pan. LECTURAS DEL DOMINGO Y PALABRAS DEL SANTO PADRE
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![]() Lucas 6, 28b-36 “Hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén” Comentado por una hermana La Transfiguración de Jesús Sieger Koder Hoy, segundo domingo de Cuaresma, como en contrapunto con el evangelio de las tentaciones del domingo pasado, contemplamos la escena de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no han entendido; más aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23). Por eso Jesús lleva consigo a tres de ellos al monte y les revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor.
Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en él. Así, después de este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una expresión muy bella. Dice: «Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es [Cristo] para los ojos del corazón” (Sermón 78, 2: pl 38, 490). Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9, 35). La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. Por tanto, Jesús escucha la Ley y los profetas que le hablan de su muerte y resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no se sale de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, a pesar de que sabe que para llegar a la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz. Es más, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriendo con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos demuestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad con la de Dios. En nuestro camino cuaresmal, propicio para renovar nuestra vocación bautismal, la escena de la transfiguración nos ayuda entender con una imagen el sentido de haber sido incorporado a Cristo por el bautismo. Los bautizados tenemos que manifestar a Dios con nuestra vida, símbolo de ello es la vestidura blanca y la vela encendida del bautismo que identifica a quienes creen en Jesucristo que es Luz de Luz. Esto será sólo posible asumiendo todas las consecuencias del seguimiento, también la cruz. La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]... en el monte... tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué tuvo que bajar para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios, que le inspiraban por ello a una santa conducta?» (Discurso 78, 3: pl 38, 491). Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de ahí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (Benedicto XVI). Durante este tiempo de Cuaresma, pidamos a María, Madre y Maestra de vida espiritual, que nos enseñe a rezar como hacía su Hijo para que nuestra existencia quede transformada por la luz de su presencia. Tocados por la belleza y la pasión de Jesús, experiencia del amor y presencia de Cristo, podemos recorrer el camino de conversión. Será el evangelio según san Lucas el que acompañe e ilumine el camino cuaresmal a través de los diversos domingos de este ciclo C.
En este domingo de las tentaciones se nos presenta a Jesús como el Ungido, lleno del Espíritu Santo, sostenido, guiado y empujado por Él hacia el desierto. La vinculación entre la experiencia del Espíritu y la entrada en el desierto nos recuerda los dos sentidos que el desierto tiene en la experiencia del pueblo de Israel: el desierto es el momento de la prueba, la purificación, la tentación… y el desierto es también el lugar de la intimidad con Dios, la cercanía en la total desnudez y pobreza del pueblo que experimenta en la intemperie que es Dios su Roca, su Agua, su Columna, su Fuego, su Nube, su Ley, su Dios y Señor. Muchas veces pensamos que el tiempo de prueba es tiempo de lejanía de Dios y hoy, justamente, contemplando a Jesús en el desierto, vemos cómo la precariedad, la soledad, la tentación, la duda… son espacios donde el Espíritu no nos abandona, está allí con nosotros y nos sostiene en el combate. Es una gracia reconocer como tiempo del Espíritu, el tiempo de la purificación y la prueba. Reconoce hoy también tú ese desierto donde te sientes probada, agitada y tentada y permite que entre en él y te acompañe la presencia consoladora del Espíritu defensor. Otro segundo aspecto del texto de Lucas que quiero señalar es la centralidad que tiene la Palabra de Dios en esta lucha espiritual. La Palabra de Dios será el arma con la que Jesús logra vencer la prueba. A cada sugestión negativa, a cada tentación de autosatisfacción, de poder sobre los demás y de autoidolatría (así podríamos resumir las tres tentaciones) que el Tentador pone ante Jesús, Él responde con una Palabra de la Escritura. Este modo de actuar de Jesús en el desierto, los monjes antiguos lo llamaron el “método de las contradicciones” o el “método antirrético”. Consiste en oponer a un pensamiento negativo otro positivo de la Sagrada Escritura, como si esta fuera un antídoto. Creo que todas tenemos experiencia de lo doloroso que puede resultar luchar contra los pensamientos negativos que nos atrapan interiormente y nos ciegan, nos acosan, llegan muchas veces a apoderarse de nosotras, raptan la razón y la voluntad y, finalmente, pueden vencernos y nos hacen sentir fatal. Muchas veces intentamos salir de esta cárcel de los pensamientos con el activismo, con la distracción… pero, generalmente, ellos nos persiguen. A través del “método antirrético”, contraponiendo a este pensamiento negativo la luz de la Palabra de Dios se generará vida, libertad, bondad, alegría en tu interior. Se trata de buscar frases de la Escritura muy sencillas como las que dice Jesús u otras que sean para ti significativas, por ejemplo, ante el sentimiento de soledad: “El Señor es mi Pastor, nada me falta” “Tu eres mi hijo amado” o ante el sentimiento de confrontación o comparación con otra hermana, con otra persona: “Deberías alegrarte por este hermano tuyo”. El corazón se va esclareciendo, se coloca ante Dios y ante los hermanos en libertad y la tentación es vencida por la fuerza de la Palabra que hace lo que dice. Solo una aclaración final. En la última tentación de este evangelio, el Diablo se sirve de la Palabra de Dios para tentar a Cristo. El Tentador mismo dice: “Está escrito”. Es la prueba más difícil, cuando el mal se viste de bien y de luz. Cuando se sirve de las cosas de Dios para ponernos contra Dios mismo y contra los hermanos, justificándose en nombre de Dios. En este momento, es necesario el discernimiento para no instrumentalizar la Palabra, la vida de Dios. El criterio para esclarecer esta lucha espiritual está en la orientación última, la intención última de este movimiento interior: lo que viene de Dios tiende siempre a la humildad, la donación, el amor incondicional, la misericordia, la pérdida en favor del otro, no juzga, no se impone, no es agresivo, no es autocomplaciente… el criterio de discernimiento para esclarecer si un pensamiento, una sugerencia interna, una moción es buena o no es, en definitiva, Jesús Crucificado. La vida cotidiana está llena de pequeños desiertos (un día de mayor soledad, una mañana perdida en la burocracia de los papeleos, un atascazo tremendo en la M 30, un imprevisto que nos rompe los planes, un tiempo de enfermedad, un día monótono en el trabajo, un distanciamiento de alguien que amamos) entra en ellos, te lleva el Espíritu y allí ejercítate en la memoria de la Palabra de Dios, elige una frase evangélica o el Nombre de Jesús y repítelo una, dos, tres… muchas veces, hasta acompasarla con tu respiración, hasta hacerla un murmullo interior, hasta que te ilumine desde dentro. Entonces, “acabada toda tentación, el demonio se marcha”. En el Evangelio de este domingo nos acercamos a la parte final del discurso de la llanura, este discurso que venimos escuchando desde hace varios domingos, que comenzó proclamando las cuatro bienaventuranzas y los cuatro ayes de Lucas, una página de oro del Evangelio.
Ahora nos encontramos a Jesús haciendo tres advertencias: sobre los maestros de la comunidad, sobre los juicios a los demás, y sobre aquello que tenemos en nuestro interior. Como tantas veces hace, Jesús lo explica con parábolas o con imágenes: el ciego que quiere guiar, el que ve la paja en el ojo ajeno, los frutos que da un árbol. En este último caso Jesús recurre a la tradición sapiencial de Israel —por eso se lee el libro sapiencial del Eclesiástico como primera lectura— para presentarnos la vieja enseñanza de los dos caminos, a través del símil de los dos árboles: el árbol bueno da buenos frutos; el dañado, malos. La primera pregunta que nos podemos hacer surge casi inmediatamente, ¿y qué clase de árbol soy yo?, ¿qué frutos son los que da mi vida? Merece la pena dejar que por un momento pasen por nuestra mente los rostros de las personas con las que nos relacionamos, la vida que llevamos, nuestros quehaceres diarios, las preocupaciones del mundo…, ¿qué fruto da mi vida?, ¿qué árbol soy en este mundo?, ¿qué dicen mis frutos, mis obras o mis palabras de lo que hay en mi corazón? Pero no lo dejaremos aquí y nos preguntaremos, ¿pero y Jesús?, ¿qué fruto dio su vida?, ¿cuáles son los frutos del árbol de su vida? Inmediatamente tenemos que pensar en su vida, en su predicación y milagros por Galilea, sus visitas a Jerusalén y sus polémicas con sus adversarios, pero tenemos que imaginarlo inevitablemente en el final de su vida, al fin colgado del árbol de una cruz. ¿Y tú Jesús, tú que eres el Árbol Bueno, qué fruto dio tu vida? Si quiero iluminar mi vida con la tuya déjame que tu vida responda a la mía. ¿Qué frutos son los que tu diste? Si tengo que valorar tu vida desde la lucidez que da el final de la vida te encuentro sobre el calvario, abandonado de todos, apenas unos íntimos quedan contigo. Si entendiera que los frutos son una especie de éxito vital, o existencial, tendríamos que decir que tú no has dado ningún fruto, que al final de tu vida no encontramos ningún éxito, que pocos creyeron en ti, nada pareció quedar de todas tus palabras, al final de tu vida poco pudiste presentar como éxito. Si te miro con ojos muy terrenales, muy apegados a valorar los frutos como logros objetivos, diría que tú has sido un pobre árbol. Pero de ti Señor, sin embargo, nos viene la salvación, de ti, Árbol Bueno que saca de su corazón lo que tiene, nos ha venido la vida. En ti Señor, que colgaste solo y vacío al fin de tu vida, que te presentaste con las manos vacías, en ti Señor, somos, nos movemos y existimos. Si de ti nos viene la vida, la salvación, si tantos frutos ha dado tu vida a lo largo del tiempo, si tu vida ha inundado el tiempo de frutos de salvación, en cada hombre y en cada mujer, si también en la mía yo te tengo, es porque lo que hay en tu corazón es vida abundante más allá de nuestras muertes y de la tuya. Es lo que nos recuerda hoy la segunda lectura. Si tu vida ha dado tanta vida, hasta lo que parece el mayor fracaso, es porque la vida de Dios habita en ti, es porque la relación con el Padre llena tu corazón, es porque viviste hasta el silencio de la muerte, el mayor fracaso con la confianza puesta en Él, sabiendo que la misericordia del Dios que es padre bueno te sacaría de ahí. Esta misericordia del Padre es la que encontramos precisamente en el centro de este discurso de la llanura, el discurso de las bienaventuranzas, y que lo ilumina todo, también el evangelio que hoy proclamamos. La misericordia de Dios que lo sostiene todo se convierte en el horizonte verdadero de este discurso y por eso también en el horizonte de la vida, del hambre y la sed de toda persona. Jesús habla en todo este capítulo 6 de nuestras preocupaciones más reales, de nuestra existencia real y verdadera: el hambre, nuestros sufrimientos y lágrimas, el deseo de felicidad, las alegrías y también los rencores que se meten en tantas relaciones, y hoy concretamente nos habla de nuestros juicios sobre los demás, de nuestras pretensiones de hacernos maestros de otros, y de los frutos que da nuestra vida. En el centro de todo eso, como explicándolo todo, la misericordia de un Dios que hoy, iluminando lo que vivimos, está Él. ¡Qué pobre sería la vida si la medimos desde nuestros criterios!, ¡qué duros seríamos los unos con los otros, qué raquítica se nos quedaría la vida!, pero en el corazón del mundo late una presencia que da una esperanza, una razón, un sentido, que lo siembra de vida, más allá de esta existencia que a veces experimentamos tan pobre. También para lo que hoy vivimos la misericordia del Padre es la luz que ilumina nuestro presente. Eres Tú Señor, Árbol Bueno que da frutos buenos, en quien ponemos nuestra confianza. Deja Señor que te abramos nuestra vida a ti, que tú expliques y des sentido a nuestras preocupaciones, deja Señor que tu amor también inunde nuestro corazón para que así podamos también dar muchos frutos de vida, deja Señor que no juzguemos a los demás con nuestros criterios tan a nuestra medida sino que los miremos tal como tú lo haces, deja Señor que tu voz en el mundo toque nuestra vida, este mundo que grita amenazado por tantos conflictos, deja Señor que en nuestra vida seas tú el que dé mucho fruto de paz, de bien para el mundo, para este mundo que llora y a mí también me reclama. Deja Señor que ponga mi vida ante Ti y a Ti te abra mi corazón para lo que me quieras dar. Queridas hermanas: Seguimos la lectura del evangelio de la misericordia: San Lucas. Se hace como cuesta arriba para nuestros corazones pegados al polvo de esta tierra, esta lectura del capítulo seis. La Iglesia como maestra, sabe que hay mucho que rumiar en este capítulo, por eso nos lo reparte en tres etapas, tres domingos diferentes. Así podremos ahondar en el mensaje del Señor para ensanchar nuestro espacio interior y dejar fecundar su palabra en nuestras vidas. El domingo anterior el Señor nos exhortó mediante las bienaventuranzas de Lucas, a apostar por este amor a los pobres, a los que tienen hambre y sed. Antes de escuchar este: ¡Alegraos! El Señor nos dejó esta última bienaventuranza: “Bienaventurados vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre.”1 ¿Quiénes son si no enemigos, los que odian, excluyen e insultan…? Si el Señor dijo: “La boca habla de lo que rebosa el corazón”,2 Es evidente que quien insulta, calumnia, o proscribe vuestro nombre como infame, tiene en su interior una enemistad, a ese mal estamos llamadas a responder con bien en el nombre del Señor. Y ese es el bien que estamos llamadas a custodiar desde la oración como mediación de paz y concordia entre los hombres de la tierra. Amad, haced el bien, bendecid, orad; ante la calumnia, ante la maldición, ante el odio, ante la enemistad. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”3 No hay más vuelta que dar, este es el mensaje del Maestro, del hermano mayor que quiere que seamos como su Padre; misericordiosos, sin juzgar, sin condenar, perdonando ; así, solo así, seremos llamados Hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los malvados y desgraciados.4 Esto es lo que sí tiene mérito: “No dejarse vencer por el mal y en cambio, vencer al mal con el bien.”5 Busca en tu corazón este mérito, busca a tu alrededor, otea el horizonte y si lo encuentras, da gracias al Señor dador de todos los bienes. Unos minutos de silencio ¿Has encontrado algo? Yo he encontrado esto: “Lo que pasó fue que un oficial alemán vestido de las SS entró en el gueto una noche de lluvia. Mi madre le dijo: “Llévate a mi hija”. Levantó la alambrada y le entregó al bebé, yo, una niña judía de dos años y medio. Afligida, me puso en las manos de un maravilloso hombre con uniforme de las SS. Ahora sé que ese hombre, Aloïs Pleva, servía en el ejército alemán y vivía cerca de la frontera alemana. Ese hombre me cubrió con su abrigo. Me escondió con su abrigo y me llevó a la frontera entre Alemania y Polonia, a casa de sus padres. Me hicieron pasar por su hija, me criaron en la más pura tradición católica hasta el final de la guerra ¡Qué gesto! ¡Qué magia,esa mano tendida! Son destellos de luz en lo que llamamos locura humana.” HUMAN - vídeo #1: La amabilidad puede venir de cualquier parte “Recuerdo que mi padrastro me pegaba con alargadores eléctricos y perchas, con trozos de madera o lo que fuera. Me decía: “Me ha dolido más que a ti, lo he hecho porque te quiero.” Me transmitía una idea errónea sobre lo que era el amor. Durante muchos años pensé que el amor tenía que hacer daño. Hacía daño a mis seres queridos. Medía el amor según el daño que hacía al otro. Fue al entrar en la cárcel, un entorno desprovisto de amor, cuando comencé a comprender lo que era el amor y lo que no. Conocí a alguien, y ella me hizo ver por vez primera lo que era el amor. Supo ver más allá de mi situación y de mi condena a cadena perpetua por el peor crimen que un hombre puede cometer: Matar a una mujer y a un niño. Fue Agnes, la madre y abuela de Patricia y Chris, a los que maté, quien me dio la mejor lección sobre el amor. Porque ella tenía todo el derecho de odiarme, pero no me odiaba. Y con el tiempo y el camino que hemos recorrido, que ha sido increíble, me ha dado amor. Y me ha enseñado lo que era.” HUMAN - vídeo #13: Amor del lugar más insospechado. Las palabras del Señor se cumplen en las vidas de tantos hombres y mujeres que dan pasos firmes ante el mal para ofrecer el bien. Custodiémos estos pasos con la oración, con la ofrenda, con la vida hecha comunión en un pacto por obrar, cueste lo que cueste, siempre el bien. Allanemos los caminos de muchos hombres y mujeres para que puedan responder a esta llamada : “Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo.6 1 Lc. 6,22. 2 Lc. 6,45b. 3 Lc 6, 31. 4 Lc.6, 35. 5 Rom.12,21. 6 Lc. 6, 32-35.
Jesús comienza la predicación de su Reino con un gran mensaje centrado en el gran anhelo que tiene toda la humanidad: LA FELICIDAD. Este es un deseo fundamental que se haya en todo hombre. Pero la felicidad que anuncia y promete Jesús no la coloca en el poseer, en el dominar, en el triunfar, en el gozar; sino en la experiencia personal de amar y ser amado.
¿Quiénes son los realmente felices? Jeremías nos dice en la primera lectura: “bendito quién confía en el Señor”. El salmo refuerza esta misma idea: “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni se sienta en reunión con los cínicos”. Para Jesús, los dichosos, los bienaventurados son: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos. En definitiva, los que, no teniendo donde agarrarse y confían verdaderamente sólo en el Señor. Esos son los dichosos. Esos son el árbol que sobrevive a los desastres porque, como dice Jeremías, están arraigados en el Señor. Todos esos, en su pobreza, son dichosos porque conociendo sus limitaciones, pueden luchar para superarlas; por el contrario, los ricos, los hartos, los que siempre reciben alabanzas, son, en realidad, unos desgraciados, porque creen que ya lo tienen todo; pero en el fondo cuando sobrevienen las dificultades se dan cuenta de que no tienen nada firme que les sostenga en la vida. Confiando en sí mismos son como el árbol en el desierto, al que, a pesar de tener mucho espacio, le falta lo importante: el agua, el Señor. En todas estas bienaventuranzas que va relatando Jesús, la felicidad está en querer a Dios y ser queridos por él. Jesús nos quiere lanzar a vivir una plenitud que está lejos de los ideales de este mundo. Este amor de Dios no consistirá en la abundancia, ni en el triunfo, ni en la gloria, sino que se descubrirá en la pobreza, en el hambre y en la persecución. Es una locura evangélica que produce el desprendimiento, el compartir, el estar pendiente del otro. Es el verdadero camino de la felicidad ¡Dichoso tú, yo y el otro! Lucas presenta la contrapartida de las bienaventuranzas terminando con las malaventuranzas. Nos hemos quedado con las de Mateo y las hemos dulcificado dejando a un lado la versión de Lucas. En el fondo, si somos sinceros, tenemos que reconocer que nos cuesta escucharlas porque nos resultan duras. Es como el aguijón que se introduce en nuestro ser y remueve nuestras conciencias. Y es que las bienaventuranzas de Jesús distan mucho de ser una bella historia sentimental y dulce. No son una especie de prólogo brillante y literario del sermón de la montaña. Son el punto central de su mensaje. Son ocho fórmulas (en Mateo) o cuatro (en Lucas), que resumen todo el nuevo espíritu que se anuncia; son la apuesta del hombre entre dos caminos. La apuesta es radical, y sin intermedios: o la bienaventuranza o bien ¡ay de vosotros…! Si comprendemos la novedad que el mensaje de Jesús quiere traer a nuestra vida, seremos capaces de situarnos en la vida con otra mirada. Para Jesús es una actitud de vida: la vida es el objetivo de sus bienaventuranzas no hay otro camino por el que avanzar. Pero si nos preocupamos de nosotros mismos el camino se hace difícil. Sólo hay dos alternativas, o emprendemos el camino de la felicidad o lo dejamos, eso depende de nosotros y de nuestra libertad. Jesús es el primer “bienaventurado”. Las bienaventuranzas son el retrato de su vida. Ajustar la vida a las bienaventuranzas es seguir a Jesús, comprometerse con su persona y su causa; asumir su proyecto de salvación y felicidad. En la medida que lo hagamos podemos alegrarnos y saltar de gozo ya en este día, adelantando la felicidad que será plena en el cielo. Convirtamos juntos esta pequeña reflexión en una sencilla plegaria que pida al Señor que nos ayude a avanzar por el Camino de las Bienaventuranzas, que Él nos haga descubrir lo que más necesitamos, y nos mantenga los ojos y el corazón bien abiertos para seguir caminando junto a Él por este camino que conduce a la VIDA. La pesca milagrosa. Nerina Canzi La liturgia de este Domingo, nos invita a pararnos y preguntarnos por la realidad de nuestra vida. Porque todos nosotros tenemos la certeza de que nuestra vida tiene sentido . Que el ser humano está llamado a VIVIR de verdad. A llenar sus años de vida y no sólo su vida de años. Dios nos ha creado a cada uno de nosotros personalmente para darnos vida y sentido. Preguntarse por algo más que el trabajo, la comodidad, las apetencias, los deseos o las necesidades, nos abre a la búsqueda de la verdadera identidad: ¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿Para qué estoy vivo?... Es la pregunta por el fin de la vida.
Las lecturas de este día nos vienen a lanzar esa pregunta en clave de Dios. Dios tiene un proyecto y un plan, un sueño, para cada uno de nosotros. Planes, proyectos y sueños que cargan de sentido nuestro tiempo, nuestros esfuerzos, nuestro proyecto vital y nuestro día a día. Planes que nos hacen sus colaboradores para que su presencia llegue tanto a los que buscan como a los que se han olvidado de buscar: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?”. Hoy las lecturas nos presentan: la vocación de Isaías y la elección de Simón Pedro como “pescador de hombres”. El evangelio nos muestra la llamada de los primeros discípulos. En estos textos se narra la respuesta a la que cada uno en nuestro propio ámbito estamos llamados a responder. Dios nos pregunta personalmente: “¿Quién será mi voz en el mundo?” Espera nuestra respuesta. En este día nos sentimos llamados por Jesús a ir al mar de nuestra existencia. A nuestro mar profundo. Al centro de nuestra vida, de nuestro corazón. Animarnos a hacernos las grandes preguntas. Se podría decir: animarse a ir a un “más allá” pero desde un “más adentro” La pregunta es libre, Dios jamás se impone, aunque Él sabe cuál sería lo mejor para cada uno de nosotros, cómo realmente nuestra vida se llenaría de vida y de sentido. Lo sabe incluso conociendo nuestras limitaciones y pecados, (en las lecturas, tanto Isaías como Simón Pedro se reconocen pecadores, limitados, débiles), Dios cuenta con ello. Él se encargará que nuestros errores convivan con nuestros aciertos… siempre que echemos las redes en su nombre, es decir, siempre que en el centro de nuestro servicio, de nuestra misión, de nuestra solidaridad o nuestra predicación, le pongamos a Él, no a nosotros mismos. Eso nos lleva a pensar que sus planes no son nuestros planes, que no saldrán las cosas como nosotros pensamos o proyectamos, que a nuestros ojos puede aparecer el fracaso, el error, la muerte, y que necesitamos tener una mirada de fe, de esperanza y de amor. Se trata de confiar que aunque nosotros nos sintamos fracasados, no es a nosotros mismos a quienes hay que poner en el centro, sino a Dios. Como el evangelista Lucas nos muestra, la llamada, está precedida por la enseñanza de Jesús a la multitud y por una pesca milagrosa, realizada por voluntad del Señor (Lc 5, 1-6). De hecho, mientras la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desanimado por no haber pescado nada durante toda la noche. En primer lugar le pregunta si puede subir a la barca para predicar a la gente, ya que estaba a poca distancia de la orilla. Después, terminada la predicación, le pide que se dirija mar adentro con sus compañeros y que eche las redes (cf. v. 5). Simón obedece, y pescan una cantidad increíble de peces. De este modo, el evangelista hace ver que los primeros discípulos siguieron a Jesús confiando en Él, apoyándose en su Palabra, acompañada también por signos prodigiosos. Puede llamar nuestra atención que antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), y después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto la calidad de los elegidos, sino su fe, como la de Simón que dice: «Por tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Simón tiene miedo, pero Jesús le quita dramatismo a la situación, lo invita a una gran aventura, y le pide una entrega total, un seguimiento sin condiciones. La respuesta de Simón y de los que estaban con él no se hizo esperar: dejadas todas las cosas, le siguieron. La experiencia de las propias limitaciones y de la personal debilidad no es obstáculo alguno. Simón Pedro era consciente de todo eso y, a pesar del miedo inicial, no dudó en seguir a Jesús Por último señalar que la imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: “Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de enumerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos” (Discurso 248, 1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, también es representativa de la llamada de todo apóstol del Evangelio, que jamás debe desanimarse al anunciar a Cristo a todos los hombres, hasta los confines del mundo. La vocación es obra de Dios. El hombre no es autor de su propia vocación, sino que da respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe causar miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en el poder de su misericordia, que transforma y renueva. Todos nosotros estamos llamados a ser colaboradores de Dios, a echar las redes en su nombre para transformar nuestro mundo con el mensaje del Evangelio, es la paradoja del Señor, por el que, saliendo de nosotros mismos, poniéndole a Él y su presencia en el centro de nuestra vida, nosotros seremos más auténticos y nuestra vida tendrá sentido. Os invitamos a que esta Palabra de Dios reavive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas la valentía, la confianza y el impulso para anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no induzcan al desánimo. Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. Ella, bien consciente de su pequeñez, respondió a la llamada del Señor con total entrega: «Heme aquí». Con su ayuda maternal, renovemos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor.
En la primera lectura, el profeta Jeremías recibe este reconocimiento antes del envío. Antes que nada, es declarado hijo. “Te he constituido” “Te he consagrado” (Jr 1,5). Se declara una pertenencia exclusiva a Dios de la persona que será don para todas las naciones y pueblos. ¿Será Jesús un profeta como él? ¿Como los profetas que no han sido acogidos por los suyos?
Como Isaías, que fue acallado: “Evitad visiones verdaderas, decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones, apartaos del camino, desviaos de la senda, quitad de vuestra vista el Santo de Israel” (Is 30,10-11). Jeremías, que no fue atendido: “¿A quién me voy a dirigir, a quién conjurar y que me escuchen? Tienen el oído incircunciso, son incapaces de comprender; se mofan de la palabra del Señor porque ya no les agrada” (Jr 6,10). Amós, que fue desterrado: “Vidente: vete, huye al territorio de Judá. Allí podrás ganarte el pan y allí profetizarás” (Am 7, 12). Jesús es más que un profeta. No se limita a llevar a cumplimiento las expectativas de Isaías, es más de lo que se podía esperar. Es un Salvador potente que cumple las Escrituras, pero es mucho más. Va más allá de los estereotipos y de la mentalidad difusa. Es el Mesías potente, el Esperado. Pero no se le puede comparar con un benefactor de la comunidad. Por eso Lucas cambia el orden de narrar el comienzo de la actividad pública de Jesús, respecto a Marcos y Mateo. Narra las curaciones acaecidas en Cafarnaúm después de este episodio. Da primacía a la enseñanza frente a las curaciones. La autoridad de Jesús no viene de sus poderes. Solo si entendemos quién es, comprenderemos que tenga poder hasta para expulsar demonios y perdonar los pecados. Si le reconocemos como Hijo de Dios, comprendemos que sus gestos de curar a los enfermos son signos, no de su poder, sino del Amor de Dios que viene a revelar. Es testigo del modo más perfecto de profetizar: el de la caridad – que nos describe la segunda lectura. Meditemos sus palabras, sus gestos que hoy se cumplen en nosotros si Él nos habita. Lo dice Él mismo y habla con autoridad. Habla y actúa hoy entre nosotros, nos envía para ser signo de su amor en el mundo. Nos envía a todos los pueblos de la tierra. ¿Os dais cuenta de que después de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos vuelve a poner ante nuestros ojos a Siria y a Sidón? Para que no nos olvidemos…
La 1ª cita bíblica de este domingo se abre con un prólogo. Lucas comienza así su evangelio y éste forma parte integrante del propio evangelio. Es una pieza literaria en la que el evangelista se presenta a sí mismo como autor fiable de lo que narra. De modo descriptivo da razón de ello explicando como él parte de lo que otros han escrito sobre Jesús, informa de que se ha servido de determinadas fuentes, que ha utilizado una metodología para su investigación y unos materiales. Por último nombra al personaje al que dedica su escrito y el objetivo que le ha llevado a ello. Este prólogo nos da las orientaciones para leer todo su evangelio: No trata de dar unos datos biográficos sobre Jesús sino una interpretación de su obra y de su personalidad.
Me he querido detener en el destinatario del escrito: Un tal “Teófilo”. El término proviene del griego y significa “Amado de Dios”. Teófilo es el nombre de un símbolo y representa a todos los que leyendo este evangelio nos hacemos una pregunta clave : ¿Quién es Jesús de Nazaret? “Teófilo” podemos ser todos los que queremos abrirle la puerta de nuestra vida, conocerle y reconocerle. Podemos ser todos los que sostenemos por la fe que se han cumplido las promesas del proyecto del Reino de Jesús, la realización histórica de sus palabras en la vida de las comunidades de creyentes. A ello nos conduce el segundo pasaje. Éste presenta a Jesús entrando en la sinagoga de Nazaret por la fuerza del Espíritu. Jesús como buen judío cumple con el rito litúrgico semanal y el sábado acude a la sinagoga junto a sus paisanos. Ora y lee las Sagradas Escrituras. Este rito contiene una lectura de la Torah o de los profetas seguida de un comentario. Jesús se pone en pie y encuentra el pasaje del Profeta Isaías al que hemos aludido. Me impresiona el encuentro de Jesús con ésta Palabra de Dios porque en ella Él reconoce su propia identidad y la misión a la que ha sido llamado: proclamar la buena nueva a los más pobres, abrir los ojos a los ciegos, dar a los oprimidos la libertad… En definitiva ofrecerse como Vida Nueva que trae con Él el año de gracia del Señor. Año que se prolonga hasta la Eternidad porque su venida salvadora trae consigo la gracia que no tiene fin. Esta promesa cumplida queda patente cuando después de cerrar el rollo y sentarse para hacer el comentario les dice: “hoy se ha cumplido esta escritura”. Afirmación rotunda que sobrecoge a toda la asamblea que le escruta fijamente con un silencio lleno de atención. Ahondando más se podría añadir que Jesús mismo es «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. Recogiendo ambos pasajes os invito, esta semana, a hacer memoria agradecida de todos aquellos que nos han llevado a la fe con su palabra y su testimonio. También sería bueno ahondar en nuestra capacidad de escucha en la Liturgia. Es posible que alguna palabra nos haga reconocer nuestra propia identidad, nuestra misión transformándose en Palabra Viva con la que el propio Jesús nos habla al corazón interpelándonos. Por último retengamos la palabra “hoy” porque éste “ahora”, “aquí” puede ser momento de conversión para acoger la buena noticia” y hacerla vida.
mero hombre con cuya habilidad y utilidad ella puede contar. Ella confía una necesidad humana a su poder –a un poder que es más que capacidad y habilidad humana. En este diálogo con Jesús, la vemos realmente como una Madre que pide, que intercede. De ella podemos aprender la manera correcta de rezar. María realmente no pide algo de Jesús: ella simplemente le dice: « no tienen vino» (Juan 2, 3). Ella no le dice lo que tiene que hacer, no le pide nada en particular, y ciertamente no le pide realizar un milagro para hacer vino. Ella simplemente le hace saber el problema a Jesús y lo deja decidir.. En las palabras de la Madre de Jesús, por lo tanto, podemos apreciar dos cosas: por un lado su vemos su cariño maternal que la hace estar atenta a los problemas de los otros. Pero también hay otro, que podemos ver fácilmente, María deja todo a la decisión de Dios. En Nazaret, ella entregó su voluntad, sumergiéndola en la de Dios: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Y esta continúa siendo su actitud fundamental. Así es como ella nos enseña a rezar: no para conseguir nuestra voluntad y nuestros propios deseos ante Dios, sino para permitirle que decida aquello que Él quiera hacer. De María aprendemos la disposición para ayudar, pero también aprendemos la humildad y generosidad para aceptar la voluntad de Dios, en la confiada convicción de que lo que él diga como respuesta será lo mejor para nosotros.
Nos resulta llamativa la manera como Jesús se dirige a su madre: «Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? Sin embargo, este título expresa realmente el lugar de María en la historia de la salvación. Señala al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le dirá: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre» (Cf. Juan 19, 26-27). Ello anticipa la hora cuando él hará de la mujer, su Madre, la Madre de todos los creyentes. Por otro lado, el título «mujer», recuerda el relato de la creación de Eva; en ella Adán encuentra la compañía que buscaba, y le da el nombre de «mujer». En el Evangelio de Juan, María representa la nueva, la definitiva mujer, la compañía del Redentor, nuestra Madre: el nombre, que parecía muy falto de afecto, realmente expresa la grandeza de la misión de María. Menos aún nos gusta la respuesta de Jesús a María en Caná: «Mujer, ¿que tengo que ver yo contigo? Aún no ha llegado mi hora» (Juan 2, 4). El «sí» del Hijo: «Vengo para hacer tu voluntad», y el «sí» de María: «Hágase en mí según tu palabra» –este doble «sí» se convierte en un único «sí», y de esta manera el Verbo se hace carne en María. En este común «sí» a la voluntad del Padre, encontramos el vínculo que une a la Madre con el Hijo, que ha hecho posible nuestra salvación. Partiendo de ello comprendemos también la segunda frase de la respuesta de Jesús: «Aún no ha llegado mi hora». Jesús no actúa jamás por agradar a los otros. Él actúa siempre partiendo del Padre, y es justamente esto lo que le une a María, porque en esta unidad de voluntad con el Padre, ha querido depositar también ella su petición. Por esto, después de la respuesta de Jesús, que parece rechazar la petición, ella sorprendentemente puede decir a los siervos con simplicidad: «Haced lo que Él os diga». Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un acontecimiento del todo privado. Él pone en acción un signo, con el cual anuncia su hora, la hora de las bodas, de la unión entre Dios y el hombre. Él no «produce» simplemente vino, sino que transforma las bodas humanas en una imagen de las bodas divinas, a las cuales el Padre invita mediante el Hijo. Las bodas se convierten en imagen de la Cruz, sobre la cual Dios lleva su amor hasta el extremo, dándose a sí mismo en el Hijo en carne y sangre de su Hijo. La hora de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la transformación del agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento. Su «hora» definitiva será su regreso al final de los tiempos. Él anticipa continuamente esta hora en la Eucaristía, en la cual viene siempre ahora. Y siempre de nuevo lo hace por intercesión de su Madre, por intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las oraciones eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!» En el bautismo de Jesús es el Padre quien lo daba a conocer: Este es mi Hijo Amado, en quien tengo todas mis complacencias. En Caná es María quien lo presenta y hace que se muestre ya delante de los hombres la misión a la que ha sido enviado: anticipar el Banquete de las Bodas del Cordero. En el Jordán, Jesús se humilló y en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él, comenzó la fe de la Iglesia. La persona que lo descubre y se encuentra con Jesús, experimenta su existencia llena del “vino” de la Alegría. |
TodosMateoMarcos1, 12-15 Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 39-56 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 13, 1-9 15:1-3, 11-32 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 14,Juan
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